“El arte de vivir consiste en que hasta los sepultureros lamenten tu muerte” esto dijo Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain.
No sabemos si la autobiografía de Mark Twain la escribió él
porque tampoco sabemos a ciencia cierta si él es Mark Twain, según se deduce de
la anécdota que contaba un día tras otro —y yo ando por el mismo camino— Philip
K. Dick.
Es la historia de Twain y su mellizo, Bill.
De niños se parecían tanto que para distinguirlos les ataban
cintas de colores en las muñecas de las manitas. Un día que los dejaron solos
en la bañera, uno se ahogó y las cintas se habían desatado. “Nunca se supo
quién de los dos había muerto, si Bill o yo”, dijo el escritor.
La historia es muy singular y escalofriante. Trata sobre la verdadera identidad de si somos o no nosotros mismos. Pero seguramente Twain contaba esa historia porque estaba harto de explicar a todo el mundo el por qué había elegido “Mark Twain” como seudónimo y como Twain es la pronunciación de gemelo, twin, se aprovechó de la coincidencia para inventar esa original historia. Al parecer la verdadera historia, es que Mark Twain es una expresión del Missisipi que significa dos brazas de profundidad, el calado mínimo para navegar.
Viniendo
de un gran escritor este humor negro realza desde luego el mito.
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